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Crítica de 'Vidas pasadas': los caminos no vividos 314g5s
Con ‘Vidas pasadas’, su debut cinematográfico, la directora Celine Song plantea preguntas profundas sobre identidad y destino. Checa la crítica.
Lalo Ortega | 22/01/2024 a las 17:07 - Actualizado el: 09/03/2024 a las 10:28
Al estar tan arraigadas en el corazón de nuestra existencia como especie, el amor y el destino han sido, quizá, dos de las cuestiones más exploradas por el cine –y por cualquier otra expresión humana, en realidad. Exploradas, a decir verdad, al grado de ser arrancadas de sus profundas raíces existenciales y trivializadas en cursilerías sobre amores verdaderos. Y entonces llega una película como Vidas pasadas (Past Lives) que se atreve a preguntar: ¿qué son el amor y el tiempo, sino escultores de las fortunas y tragedias que nos definen como personas?
Debajo de una modesta fachada y un minimalismo narrativo, el largometraje debut de la directora Celine Song –que llega a salas de cine de México este 1 de febrero– da lugar a cuestiones tan fundamentales del espíritu humano como el amor a través del tiempo, el arrepentimiento por los caminos no recorridos y la conjugación de cierto verbo, tan cargada de historias paralelas y posibilidades muertas: “hubiera”.
La historia de Vidas pasadas trasciende su aparente simpleza. Parafraseando la conciencia metanarrativa de uno de sus personajes, es la crónica de un amor de infancia truncado por las infinitas posibilidades de un futuro imaginado. Na Young y Hae Sung son amigos, mutuo primer amor de la infancia en una escuela de Corea del Sur. Pero un buen día, los padres de la chica deciden emigrar. “Los asiáticos no ganan el Premio Nobel”, explica ella, que se imagina como escritora en la adultez.
Y la vida adulta llega en un parpadeo, una fugacidad que Song exalta. A través de la magia de Facebook, Hae Sung (Teo Yoo) finalmente encuentra a la amiga que perdió cuando eran niños: ahora es canadiense y se hace llamar Nora (Greta Lee).

La conexión renace y, gracias al Wi-Fi, sortea la vasta distancia del Atlántico y del huso horario. Hablan sobre lo que estudian y sobre lo que sueñan –Nora aún quiere ser escritora. Las videollamadas son el paliativo de una frustrante añoranza.
Pero, al final, sus deseos habrán de separarlos: ella fue aceptada en un retiro para artistas en Montauk. Él desea viajar a China. Acceden a darse un breve descanso, pero dejan de hablarse por otra década. Sus caminos asintóticos corren paralelos hacia el futuro, sin tocarse. Habrán de hacerlo una sola vez, pero no en realidad.
Deseando amar 493j35
He de itir que, dada su melancólica cadencia y su relato de un amor frustrado, Vidas pasadas me recordó de forma constante a Deseando amar (o In the Mood For Love), el clásico romántico de Wong Kar-wai. Un sesgo no tan inesperado para quien escribe, alguien con una predisposición casi masoquista a la nostalgia (quizá el motivo de que sea su película favorita).
Ambas son, en sus respectivos modos, películas muy cargadas del trágico espíritu del “hubiera”. Comparten, también, el ser protagonizadas por parejas de personajes tan agradables a la vista como capaces de expresar esa añoranza por medio del movimiento más sutil de la mirada o la cabeza.
Sin embargo, Vidas pasadas busca llevar sus reflexiones sobre esta melancolía romántica en direcciones diferentes. Obviemos, por ejemplo, que la geografía ha sido derrotada por las bondades de internet como antigua enemiga mortal del arrepentimiento y del corazón roto. Quizá, en otra época, el personaje de Tony Leung hubiera (¡hubiera!) podido encontrar de nuevo al de Maggie Cheung.
En realidad, conforme la película de Song se asentaba en mi mente, las similitudes con la de Wong Kar-wai se volvían más superficiales y casuales. La cadencia sensual del hongkonés, capaz de convertir hasta el humo de cigarro en la imagen más romántica, no se asoma aquí.
Tampoco hay tantas miradas furtivas, válvulas de escape para los deseos reprimidos por la moral de su época. El minimalismo narrativo de la directora se traduce a lo visual, y así teje metáforas audiovisuales austeras, libres del artificio sensual de Wong, pero no por ello menos poderosas.
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Así, en Vidas pasadas, el deseo se vuelve menos una cuestión de un romance no consumado, y más una cuestión de por qué no pudo ser de otra forma. Porque, y tal como reflexiona uno de los personajes, si estuviésemos ante una historia romántica en la forma más cursilona de Hollywood, habría un profundo rencor por el tercero en discordia. Si esa idea llegase a sus últimas consecuencias, habría hasta una boda interrumpida, llanto, declaraciones de amor en el último momento.
Pero Song no está tan interesada en ese melodrama, ni tampoco en crear una ventana hacia un sentimiento perdido, como haría Wong. Inspirada parcialmente en su propia experiencia, busca explorar los caprichos del destino que le dan forma al mismo, pero también a nosotros.
La vida y sus caminos 1ni23
Es interesante notar que, en Vidas pasadas, Song también hace de las ciudades otro personaje, a su vez indistintos sus habitantes. ¿El mundo nos moldea, o nosotros a él? Quizá ambas cosas, pero la directora no titubea en hacernos notar lo aplastante que es la primera alternativa en la forja de la identidad.
Los panoramas urbanos de Seúl, Beijing y Nueva York hablan toneladas sobre quiénes son sus personajes en determinado momento. En ningún otro instante del metraje es esto más evidente que cuando, finalmente, los amores de la infancia se reencuentran. Pasean por Coney Island sobre los rumbos que han tomado sus vidas, pero Song mantiene nuestras miradas en el horizonte neoyorquino. Nora y Hae Sung son como hormigas en el panorama. Lo son, también, en la corriente del tiempo.
Porque, al final, todos somos esos niños que nos enamoramos en la primaria y los romances que tuvimos. Pero también somos los sueños que nos han llevado a través de nuestras vivencias por caminos distintos, a veces opuestos, a veces trágicamente asintóticos, a veces convergentes por la arbitrariedad del destino o de un corazón insatisfecho. ¿Y dónde quedan esos niños, entonces?

Vidas pasadas nos habla, valga la redundancia, sobre nuestras vidas pasadas. Pero lo hace en varios sentidos. Explorada en la película misma, está la noción oriental del In-yun, esta especie de destino kármico que nos vincula con nuestros amores a través de infinitas reencarnaciones. Los romances que no pudieron ser en esta vida, quizá lo fueron o serán en otra.
Pero esas vidas pasadas son también aquellas partes de nosotros de las que nos despojamos por decisión, o que nos fueron arrancadas por azar. Serán, por siempre, parte de nosotros a lo largo de nuestra única vida, según la visión occidental. Como dice otro personaje, cada vez que perdemos algo, ganamos algo. El precio del futuro no sólo es renunciar al pasado, sino también a tantas otras posibilidades. Necesario, pero siempre doloroso.
Y finalmente, la película de Song se parece a la Wong, llevándonos al mismo agridulce destino que a Tony Leung: “recuerda aquellos años como si mirara a través de una ventana polvorienta. El pasado es algo que se puede ver, pero no tocar, y todo lo que recuerda es borroso e indistinto”.
Vidas pasadas llega a salas de cine de México el 1 de febrero de 2024. Entra aquí para comprar tus boletos. 691k5j


Lalo Ortega es crítico de cine. Ha escrito para publicaciones como EMPIRE en español, Cine PREMIERE, La Estatuilla y más. Actualmente es editor en jefe de Filmelier.

Lalo Ortega es crítico de cine. Ha escrito para publicaciones como EMPIRE en español, Cine PREMIERE, La Estatuilla y más. Actualmente es editor en jefe de Filmelier.
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